viernes, noviembre 10, 2017

Cactus Trees



El perro te pasea a ti hoy,
Lo dejas que te guíe,
Sin prisas, sin rumbo,
Los dos, a la deriva, siguiendo una lógica distinta a la habitual.

Te propones: haz lo que quieras hoy. Sólo hoy. 
Déjate al capricho del deseo que surja de tu centro. 
Pero no te sabes escuchar, no te entiendes, 
no te sueltas, ni del perro, 
que se empeña en husmear, con deleite, cada palo.

Basta de editarte, te dices,
no tengas miedo de que tus palabras sean tan peligrosas como para que te dejen de querer
por algo tan sencillo como
ser quién eres y cómo eres...
si fue por tus letras que te llegaron a querer. Tú.

¿Quién carajos eres, entonces?
¿Por qué el impulso de acorralarte, de hacerte más tragable, 
más amable, de contener tu exuberancia de hiedra,
de no desear lo que deseas?
¿Y qué deseas?

Volverte a casa... 
una casa desconocida o una casa del alma 
que siempre ha estado allí. 
¿Quién vive en esa casa? ¿Quién trabaja? 
¿Quién descansa? ¿Quién goza? 
¿Quién come? ¿Quién caga? ¿Quién coge? 

Y ¿qué diferencia hace si fue ayer que estuviste de rodillas,
en tu oficina con su verga en tu boca,
sus dedos enredados en tu cabellera,
o si fue hace 10 años sobre su escritorio,
tu falda ningún obstáculo a su urgente pulsión?
¿Y si él no es él sino es multitudinario?
¿Y si ya te cansaste de ser dadora de placer y dadora de vida? 
¿Y si no?

¿Qué importa que sea real o ficticio,
Que sus dedos encierren tu cuello,
Que sus palabras te hieren o te exciten 
o te inspiren desprecio? 
Que sean muchos dedos, entrelazados, 
que pertenezcan a quien(es) te cuide(n) y no te destroce(n), 
que se maraville(n) ante la luz que despides, 
al perderte dentro de ti, 
al volver a tus raíces melódicas.

¿Qué haces con la sensación de culpa por ser quien eres,
de querer de la forma en que quieres,
de ser voluble,
como el agua que se salta de su cauce,
que vuelve cambiada,
que sigue corriendo, siempre...?
De no poder pararte porque pararse implica la derrota.

El perro te voltea a ver. 
Huele un arbusto con singular entusiasmo.
Tus pulmones se llenan de aire, de humo blanco,
de verdor desértico, esperpéntico.

Los saguaros y los agaves son testigos silentes
de tu deseo difuso, heterodoxo, inasible.
De tu soledad y tu compañía, 
de tu rigor y tu pereza, 
de tu agudeza y tu temor, 
de tu confusión y tu amor.
El desierto no te pide permiso para desatar sus tormentas repentinas. 
El perro no te pide permiso para mear en esta esquina 
y en aquella no. 
Simplemente camina, hace, es.
El perro te pasea hoy, dividida como eres, 
entre el aquí y el allá, entre la plenitud y el vacío.