Miradas Otras: Apuntes sobre el seminario sobre derechos humanos, género, arte y activismo en el Senado
18 julio 2017
Para darle otra mirada a Miradas Otras, seminario sobre derechos
humanos, género, arte y activismo llevado a cabo en el Senado de la República
del 12 al 14 de julio, 2017, es menester, primero, reconocer la labor de amor
con la que se planteó y se organizó este coloquio de artistas dispuestas a
interpelar a (algunos) de los dirigentes del país. El sitio mismo del seminario
me dio una cierta cosquilla intelectual: ¿Por qué se daría un curso que
pareciera fluir en contra del estatus quo
de un gobierno sumamente hetero-patriarcal (¿acaso hay otro tipo de gobierno en
alguna nación moderna? pregunto) ¿ Y de dónde emanarían los fondos y la
voluntad de patrocinar tal curso de capacitación? ¿Y entonces, cómo apropiarse
de un espacio ajeno, quizá hostil, para verter años de prácticas sociales y
artísticas en breves presentaciones para un grupo desconocido de polític@s y
ciudadan@s que quizá no se hayan jamás planteado un cuestionamiento profundo de
los roles de género que parecen tan estables, tan naturales, tan arraigados en
la cultura? ¿Qué se logrará con tres días de seminario? ¿Habrá seguimiento?
Desconozco los detalles de la
gestión, claro, porque llegué yo por accidente, o más bien por pura chiripa ya
que me llegó el dato por difusión de base: es decir, una colega estimada
publicó el cartel en su muro de Facebook, y yo, por casualidad, que vivo en
Arizona y estoy llevando a cabo investigación sobre cuestiones similares,
estaba acá en la ciudad y pude asistir. ¿Quién soy yo, más que una humilde
observadora que no radica ya hace muchos años en el país para opinar, al final?
Sin embargo, aquí me permito opinar de todas formas, es mi privilegio pero
además es mi deber. El curso fue presentado por La Casa Pública y patrocinado
por la mesa directiva del Centro de Capacitación y Formación Permanente del Senado.
Según se dio a entender, la senadora Blanca Alcalá estuvo presente si no en
materia física, sí en cuanto a la promoción de esta invitación a los colegas en
el senado a instruirse en una perspectiva de género a través del arte hecho por
artistas asumidas como feministas, cuyo arte tenga una postura política y que incidan
sobre muchos de los problemas más urgentes de la actualidad mexicana, tales
como: la maternidad precaria tanto como los derechos corporales de las mujeres
(autonomía física, derecho a acceso de anticonceptivos, abortos, seguimiento en
casos de violación), la marginación social de l@s trabajador@s sexuales, la
participación (o no) cívica de las mujeres, los feminicidios y la misoginia en
general, el lenguaje machista que rompe los vínculos afectivos de la familia y
por ende la comunidad, la precariedad de ser mujer (cis o trans) en espacios
públicos, la violencia intrafamiliar, la invisibilización de mujeres indígenas
y de afrodescendencia, y también de la labor feminizada (como, por ejemplo, la
gestión artística) entre otros muchos temas.
Me permito unas notas sobre el
entorno: No hubo costo para los participantes y el seminario fue abierto al
público con inscripción previa, es decir, hubo cierto acceso, aunque, claro,
sabemos que la autocensura es muy fuerte, y las personas que no se imaginan
apoderándose de los escenarios de poder rara vez irrumpen en espacios altamente
codificados, tal como éste. La curación de la artista/ activista Lorena Wolffler,
tanto como su suma inteligencia y delicadeza al manejar tiempo, espacio y
códigos discursivos al moderar las conversaciones se debe de aplaudir. Durante
tres días, hubo un recorrido coherente, profundo, con una trayectoria lógica,
de 10 artistas practicantes cuyas formas de hacer arte intersectaban y
divergían, planteaban reflexiones que no sólo servían para educar a un público
diverso, de prácticas y conocimientos diversos, sino hacían arte de calidad y
lo ponían en tela de juicio, sabiendo que pudiera haber repercusiones sociales
por sus propias intervenciones. El espacio en sí fue concurrido por unos
cuantos senadores y trabajadores relacionados a la labor política, otros tantos
trabajadores y camarógrafos (según entendí, el seminario se difundió por el
canal del Senado para mayor alcance), y un público general mayoritariamente
femenino, poblado de artistas, académicas, activistas y ciudadanas con interés
en el tema, en el arte, en la lucha social y con la esperanza de un cambio
profundo en nuestra sociedad. El mayor logro, a mi juicio, fue que durante las
10 horas del seminario, el poder de la palabra lo poseían las artistas. Ellas/
elles hablaban de su arte, desde su arte, sin la mediación de una crítica
externa o un aparato interpretativo. Eso es, presentaban su obra, su
perspectiva, sus inquietudes, y a la vez, tejieron a través de su obra y su
interacción con el público una tela afectiva que nos entrelazara. Es difícil
despreciar lo que ya se conoce, cuando te miran a los ojos y te obligan a ver
la humanidad compartida sin importar el género, el sexo, la etnicidad, las
preferencias y prácticas sexuales y afectivas, las costumbres culturales. A
través de las miradas otras, se logró una interseccionalidad profunda. Claro
está, que en el transcurso de seminario hubo momentos de incomodidad, de
choque, de preguntas que pudieran interpretarse como micro-agresiones, pero que
fueron contestadas con amor, compasión y ganas de dialogar en vez de arrebatar
la palabra. Hubo miradas cómplices, pena ajena, lágrimas de rabia, de
auto-dolor, de auto-reconocimiento, hubo imágenes escalofriantes y violentas,
risas, mentes que se estiraban por abrirse, hubo lenguaje difícil de manejar,
transformaciones lingüísticas planteadas y asumidas (por algunxs),
declamaciones casi-poéticas, hubo interpelaciones urgentes a los dirigentes del
país a tomar en serio las exigencias de la ciudadanía, hubo celebración y
condolencia, es decir, hubo crecimiento.
Después de la presentación
oficial—el reconocimiento del presidio, las formalidades que tanto incomodan a
algun@s de nosotr@s, pero que forman, aunque sean arcaicas, parte ineludible de
las prácticas culturales tan sin cuestionar como la supuesta “naturaleza” de
los roles de género que se han creado a través de una repetición mediática y
social feroz—arrancamos con la obra de la fotógrafa y documentalista Maya
Goded. Su obra aguda, precisa, y sumamente dolorosa traza las vidas íntimas de
mujeres prostitutas, orilladas en muchos casos por la pobreza o el abuso
intrafamiliar, a vender el único recurso que reconozcan en sí. Como comienzo,
nos obligó a todxs presentes a ver la cara humana de las que transitan “zonas
de tolerancia” y las que no, cuyos cuerpos tienden a tener un valor menor en la
consciencia colectiva, y definitivamente en materia de derechos legales. Siguió
llevándonos a adentrarnos en la herida sangrante de la ausencia, contestando de
manera frontal la idea tan difundida que las mujeres asesinadas, víctimas de
feminicidio, o las desaparecidas, tuvieran alguna culpa o que fueran menos
merecedoras de la protección legal o del amor, del duelo. Su obra pone en
evidencia que las prácticas económicas, sociales, políticas de las últimas
décadas repercuten en las experiencias vitales de las mujeres, de las familias,
desperdiciando así el mayor recurso que tenemos como sociedad, nuestra
humanidad compartida.
Acto seguido, la fotógrafa Ana Casas
Broda nos mostró su mirada punzante y autocrítica sobre los lazos familiares
que formulan nuestras identidades, y cómo el cuerpo materno tiende a ser
vigilado, controlado y vilificado. Su honestidad ante la cámara y su forma de
desafiar al qué dirán ejemplifican el lema “lo personal es político”. Las
madres no somos ni puras, ni putas, sino complejas, con deseos, sueños y
realidades que si bien intersectan con las vidas de nuestr@s hij@s, no se
resumen ni residen sólo en ellas. Nos invita también a reflexionar sobre (y
romper con) las violencias que podemos ejercer sobre nuestras familias, y
nuestro rol en la creación y repetición de los patrones sociales imperantes.
Cerró el día con Ximena Cuevas,
destrozada por la muerte reciente de su padre, patrimonio nacional, cuya mera
presencia en un periodo de duelo representa la labor emocional que hacemos las
mujeres, tantas veces ignorada, el compromiso con el arte y el activismo. La presentación del cortometraje Del cuerpo presente, dirigida por la
pionera cinematográfica Marcela Fernández Violante sirvió en primera instancia
para destacar la epistemología feminista, la co-construcción y el trabajo en
colectividad que se da, subrayando su propia labor como editora, trabajo muchas
veces invisible dentro del gremio. (Es
de notar que Maya Goded también destacó la aportación de la editora de su
documental La plaza de la soledad,
Valentina Leduc.) En segunda instancia, y para los muchos presentes que no
habían visto antes el cortometraje, fue una revelación, capa sobre capa,
editada de manera que obligara a ver las conexiones entre el melodrama, la
educación sentimental que nos heredó el cine nacional (creado muchas veces bajo
los auspicios de instituciones gubernamentales), y la violencia de género (y
también intrafamiliar, la vulnerabilidad de l@s niñ@s), los personajes
femeninos chatos, y el doble filo del culto a la madre y el desprecio a la
mujer devoradora.
El segundo día comenzó con la obra
de Cerrucha, artista visual que se empeña en ocupar espacios públicos,
exponiendo en gran formato sus fotografías de cuerpos diversos, tatuados con
dichos populares que nos encasillan y encarcelan en roles predeterminados,
tales como: “Ese juego no es para niñas” tatuada en los brazos de una niña con
mirada desafiante, o “Eres un mandilón” tatuado en la piel de un hombre con
mirada triste, o “Mi marido sí me deja trabajar” en la espalda desnuda de una
mujer. Ella, al tomar la vía pública, también ejerce su postura política de
acceso, alcanzando un público que quizá no sea ya iniciado en el
cuestionamiento del lenguaje y cómo vulnera a ciertos cuerpos mientras protege
a otros. Su obra hace explícito cómo el lenguaje cotidiano funciona como la tortura
china de gotas en que cada gota que cae no hace tanto daño, pero con el tiempo,
la constancia, la fuerza de acumulación de micro-golpes puede causar un daño
irreparable en la psique de todxs.
Ana Francis Mor, cabaretera y
teatrera, fundadora del grupo “Las Reinas Chulas” nos regaló la risa mientras
cuestionaba la “universalidad” de los personajes masculinos. Su propuesta
artística tanto como escénica (actualmente Las Reina Chulas están presentando
su obra Las dinosaurias también roban,
una sátira política que desmitifica a las esposas de los presidentes mexicanos
y la actual “primera dama” de Estados Unidos, implicando así nosotras, las
mujeres, en la manutención de ciertas desigualdades… es decir, no por ser
oprimidas en algún campo somos libres de culpa, no por ser mujeres, las
privilegiadas no ejercemos otros tipos de violencia) parte de la idea de que
para las mujeres en el teatro, no había “personajes tan chidos” y así se ha
dedicado a crear personajes para sí misma y otras mujeres que sean diversas,
matizadas, poderosas y activas.
Lorena Méndez, artista visual y de
performance subraya con su propia corporalidad un rechazo a las reglas sobre lo
“propio” y lo “indebido” rompiendo barreras también carcelarias, poniendo en
juego los diferenciales de poder. Expone un proyecto en el que trabaja con
hombres presos, y entre todos construyen significado a través de confianza
mutua, intercambio de roles tradicionales: es decir, una invitación a la
vulnerabilidad emocional para convictos, y el empoderamiento de la mujer, que
tiene la libertad de movimiento que tanto le ha sido negado en espacios
públicos.
El documental de Lucía Gajá, última
exponente del día, dialogó de manera directa con el trabajo de Méndez. Su
documental Mi vida dentro surgió de
un deseo de investigar las condiciones carcelarias para migrantes mexicanos y
latinoamericanos en Estados Unidos, y terminó en un retrato íntimo de una joven
migrante mexicana, y la historia de su juicio por la muerte de uno de los niños
que cuidaba en Texas. La película y su presentación marcan una importante
intersección entre la precariedad económica y física en la que se encuentran
miles y millones de mexicanos que lleva a la migración forzada hacia el norte,
y la doble marginación que enfrentan allá, sin la protección de sus derechos
humanos ni aquí ni allá. Su segundo largometraje documental, Batallas íntimas sigue abogando por los
derechos de las mujeres, en este caso, viendo luchadoras y sobrevivientes de la
violencia doméstica por manos de sus parejas sentimentales, en España, Estados
Unidos, Finlandia, India y México, así atravesando prejuicios culturales y
clases sociales en su análisis. Notó, además como otras muchas de las artistas,
la dificultad de conseguir fondos y apoyo para proyectos de esta índole, tanto
como los retos de ser artista y madre a la vez. Aún hoy, en el 2017.
El ciclo cerró, trazando los logros
y la trayectoria de los movimientos de las mujeres desde los años 70 (partiendo
del año internacional de la mujer de la ONU, cuya sede fue precisamente en
México) hasta el día de hoy. Mónica Mayer, artista visual, nos ofreció una mirada amplia y expansiva de
qué significa utilizar el arte como militancia, el activismo como práctica
vital y de supervivencia. Sus metas han sido desarticular y sorprender, para
así romper con prácticas que ya no nos sirven para llegar a la igualdad de
género en todos los ámbitos de la vida. El proyecto suyo con más alcance ha
sido, según nos expuso, el de los tendederos, en el que se crea de forma
colectiva, colgando papeles de color rosa, con frases que evidencian las macro
y micro-violencias experimentadas por las mujeres y los cuerpos feminizados, en
las calles. El acoso, los piropos, como el lenguaje, ejerce de forma
sistemática una violencia cotidiana que ahuyenta a las mujeres de los espacios
públicos, de los escenarios del poder. La auto-censura termina siendo una
respuesta aprendida ante el acoso asiduo, y el poder que nos restamos es mayor
que el que nos arrebatan directamente. Mayer traza las genealogías de artistas
feministas, dando paso a las siguientes generaciones, y recordándonos que
todavía necesitamos el feminismo, como todavía la visibilidad de las mujeres en
la historia del arte y en la historia del país peligra al ceder la palabra
exclusivamente a las instituciones. Notó, en particular, el problema de
celebrar a “la mujer” sin incluir a mujeres como creadoras de las mismas
celebraciones, como, por ejemplo, hacer festejos del 10 de mayo, con
exposiciones fotográficas que retratan a mujeres, desde la mirada masculina,
sin cuestionar el por qué eso sería, una vez más, ningunearlas. Ya bastantes
ejemplos tenemos de las miradas de “ellos” sobre “nosotras”, Mayer nos recuerda
que la lucha sigue en hablar desde nosotr@s, para nosotr@s.
Lía García, La novia sirena, artista
y activista trans, irrumpió en el espacio aséptico para llenarlo de carisma,
candidez, afecto y alegría. Su propuesta, más allá de abogar por la visibilidad
de los derechos trans—incluso lo más básico, el derecho a vivir sin violencias,
sin miedos a ser asesinad@s por simplemente existir—es poner una cara cálida y
amistosa a una realidad vital que muchos prefieren ignorar o silenciar, y
festejarla. Ella nos invita a sus celebraciones de quinceañera, festejadas en
lugares como el metro Pino Suárez donde intersecta la línea rosa con la línea
azul, donde se encuentra la pirámide de Ehécatl, dios del viento y de las
transformaciones, para así interpelar a un público popular. Es a través de su
propio cuerpo, su propia voz, el reapropiarse del festejo (patriarcal sí, pero
que se le ha negado por su condición de género trans) que crea lazos afectivos
entre ella y el público, así logrando una apreciación mutua, la cual puede
salvarle la vida a alguien.
Lía, tanto como Mirna Roldán
(Mirnx), con sus cuerpos, cuestionan las categorías de género, evidenciando la
carencia lingüística que hay para describir, para narrar las vidas que no sean
binarias. El reto de Mirnx, en su
trabajo fotográfico y de video, es desarticular los lazos afectivos familiares
que nos atrapan en roles obligatorios. A través de exploraciones sumamente
personales, nos relata su llegada al feminismo (¡a través de Mónica Mayer!) y
su intensa necesidad de señalar las pequeñas injusticias vividas dentro de la
familia, en la escuela y en la calle. Cierra el ciclo con más preguntas que
respuestas, pero, así, pienso, se pone en práctica el feminismo y su praxis
pedagógica: la co-construcción de conocimiento, el desmontar los grandes
discursos, el sentirnos todxs con derecho a la palabra, a la imagen, al sonido.
Entonces, pregunto ¿Acaso se logra
algo con el arte? ¿Con el activismo? ¿O con un seminario así, tan lejos de los
espacios populares? Diversidad de edad. Diversidad de tema. Diversidad de
clase. Diversidad de mirada. Diversidad de experiencia humana. Herramientas
afectivas tanto como estéticas para acercarnos a las vidas de l@s otr@s, no
sólo desde lo marginal, sino plantearnos un cuestionamiento de lo hegemónico.
Son granitos de arena, quizá, con las que podemos construir un palacio virtual,
abierto a todos, una casa-nación que sea menos jerárquica y más horizontal, en
la que la participación cívica y política no sea filtrada por el miedo, en la
que los riesgos reales de la muerte se mitiguen entre tantos, que nos
respaldaremos, que nos cederemos la palabra y el paso, con dignidad, que
exigiremos de nuestros gobernantes y de nosotr@s mism@s. Hay que seguir
trabajando, claro está, entre todas, todos y todes. Pero es un comienzo digno
de notar, y aunque el cinismo puede ser una postura cómoda, nos han invitado, a
través de las palabras y las obras, precisamente por entrar en espacios quizá
poco acogedores o pertenecientes al arte, a la construcción activa de otro
mundo posible. Acepto el reto.
Ilana Luna, Arizona State University
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