viernes, septiembre 15, 2017

Miradas Otras: Apuntes sobre el seminario sobre derechos humanos, género, arte y activismo en el Senado


18 julio 2017
            Para darle otra mirada a Miradas Otras, seminario sobre derechos humanos, género, arte y activismo llevado a cabo en el Senado de la República del 12 al 14 de julio, 2017, es menester, primero, reconocer la labor de amor con la que se planteó y se organizó este coloquio de artistas dispuestas a interpelar a (algunos) de los dirigentes del país. El sitio mismo del seminario me dio una cierta cosquilla intelectual: ¿Por qué se daría un curso que pareciera fluir en contra del estatus quo de un gobierno sumamente hetero-patriarcal (¿acaso hay otro tipo de gobierno en alguna nación moderna? pregunto) ¿ Y de dónde emanarían los fondos y la voluntad de patrocinar tal curso de capacitación? ¿Y entonces, cómo apropiarse de un espacio ajeno, quizá hostil, para verter años de prácticas sociales y artísticas en breves presentaciones para un grupo desconocido de polític@s y ciudadan@s que quizá no se hayan jamás planteado un cuestionamiento profundo de los roles de género que parecen tan estables, tan naturales, tan arraigados en la cultura? ¿Qué se logrará con tres días de seminario? ¿Habrá seguimiento?
            Desconozco los detalles de la gestión, claro, porque llegué yo por accidente, o más bien por pura chiripa ya que me llegó el dato por difusión de base: es decir, una colega estimada publicó el cartel en su muro de Facebook, y yo, por casualidad, que vivo en Arizona y estoy llevando a cabo investigación sobre cuestiones similares, estaba acá en la ciudad y pude asistir. ¿Quién soy yo, más que una humilde observadora que no radica ya hace muchos años en el país para opinar, al final? Sin embargo, aquí me permito opinar de todas formas, es mi privilegio pero además es mi deber. El curso fue presentado por La Casa Pública y patrocinado por la mesa directiva del Centro de Capacitación y Formación Permanente del Senado. Según se dio a entender, la senadora Blanca Alcalá estuvo presente si no en materia física, sí en cuanto a la promoción de esta invitación a los colegas en el senado a instruirse en una perspectiva de género a través del arte hecho por artistas asumidas como feministas, cuyo arte tenga una postura política y que incidan sobre muchos de los problemas más urgentes de la actualidad mexicana, tales como: la maternidad precaria tanto como los derechos corporales de las mujeres (autonomía física, derecho a acceso de anticonceptivos, abortos, seguimiento en casos de violación), la marginación social de l@s trabajador@s sexuales, la participación (o no) cívica de las mujeres, los feminicidios y la misoginia en general, el lenguaje machista que rompe los vínculos afectivos de la familia y por ende la comunidad, la precariedad de ser mujer (cis o trans) en espacios públicos, la violencia intrafamiliar, la invisibilización de mujeres indígenas y de afrodescendencia, y también de la labor feminizada (como, por ejemplo, la gestión artística) entre otros muchos temas.
            Me permito unas notas sobre el entorno: No hubo costo para los participantes y el seminario fue abierto al público con inscripción previa, es decir, hubo cierto acceso, aunque, claro, sabemos que la autocensura es muy fuerte, y las personas que no se imaginan apoderándose de los escenarios de poder rara vez irrumpen en espacios altamente codificados, tal como éste. La curación de la artista/ activista Lorena Wolffler, tanto como su suma inteligencia y delicadeza al manejar tiempo, espacio y códigos discursivos al moderar las conversaciones se debe de aplaudir. Durante tres días, hubo un recorrido coherente, profundo, con una trayectoria lógica, de 10 artistas practicantes cuyas formas de hacer arte intersectaban y divergían, planteaban reflexiones que no sólo servían para educar a un público diverso, de prácticas y conocimientos diversos, sino hacían arte de calidad y lo ponían en tela de juicio, sabiendo que pudiera haber repercusiones sociales por sus propias intervenciones. El espacio en sí fue concurrido por unos cuantos senadores y trabajadores relacionados a la labor política, otros tantos trabajadores y camarógrafos (según entendí, el seminario se difundió por el canal del Senado para mayor alcance), y un público general mayoritariamente femenino, poblado de artistas, académicas, activistas y ciudadanas con interés en el tema, en el arte, en la lucha social y con la esperanza de un cambio profundo en nuestra sociedad. El mayor logro, a mi juicio, fue que durante las 10 horas del seminario, el poder de la palabra lo poseían las artistas. Ellas/ elles hablaban de su arte, desde su arte, sin la mediación de una crítica externa o un aparato interpretativo. Eso es, presentaban su obra, su perspectiva, sus inquietudes, y a la vez, tejieron a través de su obra y su interacción con el público una tela afectiva que nos entrelazara. Es difícil despreciar lo que ya se conoce, cuando te miran a los ojos y te obligan a ver la humanidad compartida sin importar el género, el sexo, la etnicidad, las preferencias y prácticas sexuales y afectivas, las costumbres culturales. A través de las miradas otras, se logró una interseccionalidad profunda. Claro está, que en el transcurso de seminario hubo momentos de incomodidad, de choque, de preguntas que pudieran interpretarse como micro-agresiones, pero que fueron contestadas con amor, compasión y ganas de dialogar en vez de arrebatar la palabra. Hubo miradas cómplices, pena ajena, lágrimas de rabia, de auto-dolor, de auto-reconocimiento, hubo imágenes escalofriantes y violentas, risas, mentes que se estiraban por abrirse, hubo lenguaje difícil de manejar, transformaciones lingüísticas planteadas y asumidas (por algunxs), declamaciones casi-poéticas, hubo interpelaciones urgentes a los dirigentes del país a tomar en serio las exigencias de la ciudadanía, hubo celebración y condolencia, es decir, hubo crecimiento.
            Después de la presentación oficial—el reconocimiento del presidio, las formalidades que tanto incomodan a algun@s de nosotr@s, pero que forman, aunque sean arcaicas, parte ineludible de las prácticas culturales tan sin cuestionar como la supuesta “naturaleza” de los roles de género que se han creado a través de una repetición mediática y social feroz—arrancamos con la obra de la fotógrafa y documentalista Maya Goded. Su obra aguda, precisa, y sumamente dolorosa traza las vidas íntimas de mujeres prostitutas, orilladas en muchos casos por la pobreza o el abuso intrafamiliar, a vender el único recurso que reconozcan en sí. Como comienzo, nos obligó a todxs presentes a ver la cara humana de las que transitan “zonas de tolerancia” y las que no, cuyos cuerpos tienden a tener un valor menor en la consciencia colectiva, y definitivamente en materia de derechos legales. Siguió llevándonos a adentrarnos en la herida sangrante de la ausencia, contestando de manera frontal la idea tan difundida que las mujeres asesinadas, víctimas de feminicidio, o las desaparecidas, tuvieran alguna culpa o que fueran menos merecedoras de la protección legal o del amor, del duelo. Su obra pone en evidencia que las prácticas económicas, sociales, políticas de las últimas décadas repercuten en las experiencias vitales de las mujeres, de las familias, desperdiciando así el mayor recurso que tenemos como sociedad, nuestra humanidad compartida.
            Acto seguido, la fotógrafa Ana Casas Broda nos mostró su mirada punzante y autocrítica sobre los lazos familiares que formulan nuestras identidades, y cómo el cuerpo materno tiende a ser vigilado, controlado y vilificado. Su honestidad ante la cámara y su forma de desafiar al qué dirán ejemplifican el lema “lo personal es político”. Las madres no somos ni puras, ni putas, sino complejas, con deseos, sueños y realidades que si bien intersectan con las vidas de nuestr@s hij@s, no se resumen ni residen sólo en ellas. Nos invita también a reflexionar sobre (y romper con) las violencias que podemos ejercer sobre nuestras familias, y nuestro rol en la creación y repetición de los patrones sociales imperantes.
            Cerró el día con Ximena Cuevas, destrozada por la muerte reciente de su padre, patrimonio nacional, cuya mera presencia en un periodo de duelo representa la labor emocional que hacemos las mujeres, tantas veces ignorada, el compromiso con el arte y el activismo.  La presentación del cortometraje Del cuerpo presente, dirigida por la pionera cinematográfica Marcela Fernández Violante sirvió en primera instancia para destacar la epistemología feminista, la co-construcción y el trabajo en colectividad que se da, subrayando su propia labor como editora, trabajo muchas veces invisible dentro del gremio.  (Es de notar que Maya Goded también destacó la aportación de la editora de su documental La plaza de la soledad, Valentina Leduc.) En segunda instancia, y para los muchos presentes que no habían visto antes el cortometraje, fue una revelación, capa sobre capa, editada de manera que obligara a ver las conexiones entre el melodrama, la educación sentimental que nos heredó el cine nacional (creado muchas veces bajo los auspicios de instituciones gubernamentales), y la violencia de género (y también intrafamiliar, la vulnerabilidad de l@s niñ@s), los personajes femeninos chatos, y el doble filo del culto a la madre y el desprecio a la mujer devoradora.
            El segundo día comenzó con la obra de Cerrucha, artista visual que se empeña en ocupar espacios públicos, exponiendo en gran formato sus fotografías de cuerpos diversos, tatuados con dichos populares que nos encasillan y encarcelan en roles predeterminados, tales como: “Ese juego no es para niñas” tatuada en los brazos de una niña con mirada desafiante, o “Eres un mandilón” tatuado en la piel de un hombre con mirada triste, o “Mi marido sí me deja trabajar” en la espalda desnuda de una mujer. Ella, al tomar la vía pública, también ejerce su postura política de acceso, alcanzando un público que quizá no sea ya iniciado en el cuestionamiento del lenguaje y cómo vulnera a ciertos cuerpos mientras protege a otros. Su obra hace explícito cómo el lenguaje cotidiano funciona como la tortura china de gotas en que cada gota que cae no hace tanto daño, pero con el tiempo, la constancia, la fuerza de acumulación de micro-golpes puede causar un daño irreparable en la psique de todxs.
            Ana Francis Mor, cabaretera y teatrera, fundadora del grupo “Las Reinas Chulas” nos regaló la risa mientras cuestionaba la “universalidad” de los personajes masculinos. Su propuesta artística tanto como escénica (actualmente Las Reina Chulas están presentando su obra Las dinosaurias también roban, una sátira política que desmitifica a las esposas de los presidentes mexicanos y la actual “primera dama” de Estados Unidos, implicando así nosotras, las mujeres, en la manutención de ciertas desigualdades… es decir, no por ser oprimidas en algún campo somos libres de culpa, no por ser mujeres, las privilegiadas no ejercemos otros tipos de violencia) parte de la idea de que para las mujeres en el teatro, no había “personajes tan chidos” y así se ha dedicado a crear personajes para sí misma y otras mujeres que sean diversas, matizadas, poderosas y activas.
            Lorena Méndez, artista visual y de performance subraya con su propia corporalidad un rechazo a las reglas sobre lo “propio” y lo “indebido” rompiendo barreras también carcelarias, poniendo en juego los diferenciales de poder. Expone un proyecto en el que trabaja con hombres presos, y entre todos construyen significado a través de confianza mutua, intercambio de roles tradicionales: es decir, una invitación a la vulnerabilidad emocional para convictos, y el empoderamiento de la mujer, que tiene la libertad de movimiento que tanto le ha sido negado en espacios públicos.
            El documental de Lucía Gajá, última exponente del día, dialogó de manera directa con el trabajo de Méndez. Su documental Mi vida dentro surgió de un deseo de investigar las condiciones carcelarias para migrantes mexicanos y latinoamericanos en Estados Unidos, y terminó en un retrato íntimo de una joven migrante mexicana, y la historia de su juicio por la muerte de uno de los niños que cuidaba en Texas. La película y su presentación marcan una importante intersección entre la precariedad económica y física en la que se encuentran miles y millones de mexicanos que lleva a la migración forzada hacia el norte, y la doble marginación que enfrentan allá, sin la protección de sus derechos humanos ni aquí ni allá. Su segundo largometraje documental, Batallas íntimas sigue abogando por los derechos de las mujeres, en este caso, viendo luchadoras y sobrevivientes de la violencia doméstica por manos de sus parejas sentimentales, en España, Estados Unidos, Finlandia, India y México, así atravesando prejuicios culturales y clases sociales en su análisis. Notó, además como otras muchas de las artistas, la dificultad de conseguir fondos y apoyo para proyectos de esta índole, tanto como los retos de ser artista y madre a la vez. Aún hoy, en el 2017.
            El ciclo cerró, trazando los logros y la trayectoria de los movimientos de las mujeres desde los años 70 (partiendo del año internacional de la mujer de la ONU, cuya sede fue precisamente en México) hasta el día de hoy. Mónica Mayer, artista visual,  nos ofreció una mirada amplia y expansiva de qué significa utilizar el arte como militancia, el activismo como práctica vital y de supervivencia. Sus metas han sido desarticular y sorprender, para así romper con prácticas que ya no nos sirven para llegar a la igualdad de género en todos los ámbitos de la vida. El proyecto suyo con más alcance ha sido, según nos expuso, el de los tendederos, en el que se crea de forma colectiva, colgando papeles de color rosa, con frases que evidencian las macro y micro-violencias experimentadas por las mujeres y los cuerpos feminizados, en las calles. El acoso, los piropos, como el lenguaje, ejerce de forma sistemática una violencia cotidiana que ahuyenta a las mujeres de los espacios públicos, de los escenarios del poder. La auto-censura termina siendo una respuesta aprendida ante el acoso asiduo, y el poder que nos restamos es mayor que el que nos arrebatan directamente. Mayer traza las genealogías de artistas feministas, dando paso a las siguientes generaciones, y recordándonos que todavía necesitamos el feminismo, como todavía la visibilidad de las mujeres en la historia del arte y en la historia del país peligra al ceder la palabra exclusivamente a las instituciones. Notó, en particular, el problema de celebrar a “la mujer” sin incluir a mujeres como creadoras de las mismas celebraciones, como, por ejemplo, hacer festejos del 10 de mayo, con exposiciones fotográficas que retratan a mujeres, desde la mirada masculina, sin cuestionar el por qué eso sería, una vez más, ningunearlas. Ya bastantes ejemplos tenemos de las miradas de “ellos” sobre “nosotras”, Mayer nos recuerda que la lucha sigue en hablar desde nosotr@s, para nosotr@s.
            Lía García, La novia sirena, artista y activista trans, irrumpió en el espacio aséptico para llenarlo de carisma, candidez, afecto y alegría. Su propuesta, más allá de abogar por la visibilidad de los derechos trans—incluso lo más básico, el derecho a vivir sin violencias, sin miedos a ser asesinad@s por simplemente existir—es poner una cara cálida y amistosa a una realidad vital que muchos prefieren ignorar o silenciar, y festejarla. Ella nos invita a sus celebraciones de quinceañera, festejadas en lugares como el metro Pino Suárez donde intersecta la línea rosa con la línea azul, donde se encuentra la pirámide de Ehécatl, dios del viento y de las transformaciones, para así interpelar a un público popular. Es a través de su propio cuerpo, su propia voz, el reapropiarse del festejo (patriarcal sí, pero que se le ha negado por su condición de género trans) que crea lazos afectivos entre ella y el público, así logrando una apreciación mutua, la cual puede salvarle la vida a alguien.
            Lía, tanto como Mirna Roldán (Mirnx), con sus cuerpos, cuestionan las categorías de género, evidenciando la carencia lingüística que hay para describir, para narrar las vidas que no sean binarias.  El reto de Mirnx, en su trabajo fotográfico y de video, es desarticular los lazos afectivos familiares que nos atrapan en roles obligatorios. A través de exploraciones sumamente personales, nos relata su llegada al feminismo (¡a través de Mónica Mayer!) y su intensa necesidad de señalar las pequeñas injusticias vividas dentro de la familia, en la escuela y en la calle. Cierra el ciclo con más preguntas que respuestas, pero, así, pienso, se pone en práctica el feminismo y su praxis pedagógica: la co-construcción de conocimiento, el desmontar los grandes discursos, el sentirnos todxs con derecho a la palabra, a la imagen, al sonido.
            Entonces, pregunto ¿Acaso se logra algo con el arte? ¿Con el activismo? ¿O con un seminario así, tan lejos de los espacios populares? Diversidad de edad. Diversidad de tema. Diversidad de clase. Diversidad de mirada. Diversidad de experiencia humana. Herramientas afectivas tanto como estéticas para acercarnos a las vidas de l@s otr@s, no sólo desde lo marginal, sino plantearnos un cuestionamiento de lo hegemónico. Son granitos de arena, quizá, con las que podemos construir un palacio virtual, abierto a todos, una casa-nación que sea menos jerárquica y más horizontal, en la que la participación cívica y política no sea filtrada por el miedo, en la que los riesgos reales de la muerte se mitiguen entre tantos, que nos respaldaremos, que nos cederemos la palabra y el paso, con dignidad, que exigiremos de nuestros gobernantes y de nosotr@s mism@s. Hay que seguir trabajando, claro está, entre todas, todos y todes. Pero es un comienzo digno de notar, y aunque el cinismo puede ser una postura cómoda, nos han invitado, a través de las palabras y las obras, precisamente por entrar en espacios quizá poco acogedores o pertenecientes al arte, a la construcción activa de otro mundo posible. Acepto el reto.

Ilana Luna, Arizona State University