miércoles, diciembre 29, 2004

La cruda realidad

Ay! qué maldita cruda tengo. Es la resaca de sueño junto con el exceso de vino tinto... Dormir en casa ajena, cama ajena, con sábanas blancas, eso sí. La luz entró demasiado temprano y tuve la necesidad de llamar... por qué? por que sospechaba el pánico escénico de la escena de estar sólo, una sola noche...y la conclusión de nuevo, la nueva conclusión de que estamos condenados a fracasar... Sin embargo, sin embargo... sin embargo al llegar con el té de la india, para recordar, para despertar? para revelar, los brazos reconfortantes se abrieron para dejar paso. Paso. Paso? A ser qué? No sé qué. Me he vuelto loca, o me he vuelto yo? El barman de 40 pidió sólo unos ojitos de cachorro a cambio de dulces de chocolate y Syrah, y permiso de escuchar la conversación, claro está. Sex and the City, versión no tanto dinero, ni tanto sexo, ni diálogo tan falso, el fluir de los deseos, escurriendo por "the mouths of babes" así es? Parece ser, dice él, que las mujeres de San Pancho son más inteligentes... bien puede ser... bien puede ser.

Creo que al esclarecer el cielo, puedo ver la posibilidad o la probabilidad de un futuro... El dolor del mundo late, late, dilate... nos desabriga y nos hace olvidar, y nos hace recordar de lo pequeños que somos, lo imposiblemente pequeños, insignificantes seres vivos en una ola inmensa que arrasa... y raza... y enfermedades maquinadas... todo parece tan insólito y a la vez tan infinitamente creíble... Conspiración, respiración, complicidad... deseo. Deseo que se va tras las olas, persiguiendo, y que se esconde entre el silencio del latir de un corazón humano, animal, uno solo y muchos... la mentira, la evasión, la tristeza, la condición humana. Qué imagen tan patética del hombre, condenado a lastimar, a herir, a destrozar a su prójimo por el simple hecho de sentirse vivo y con control.

El pulso de las masas de raza perdida, de estirpe extraña, de rango desvanecido, marchan... marchan y marchitan como las flores en su ciclo natural. La nada, vorágine voraz que vacía el mundo de luz, color. Y la bella campana de la risa, brío, brisa de amor, de renovación, de redención. Las palabras marcan el paso, el compás de la canción interior, el canto, canto. A quién mas el quebranto de la soledad y la inviolable realidad, de la cruda moral, la cruda mental, la cruda inhabilidad de ser lo que uno cree que es su deber en el mundo. Un lugar, un rincón, un aire fresco que conlleva la perfección, el esculpir y guardar como poeta los amados escritos, escritos al amado, la amada, en un cajón para descubrir algún día que el dolor persiste y que los pobres renglones no hacen más que abrir nuevos giros al mismo tema de siempre.