El mitomano
Adiós. Demasiada memoria de Funes-Iván para ustedes. °Oh ! ¿Cómo se fabrica un poeta? Con astucia, dólares, decisión y mentiras.
Canto VII - Cantos Ivánicos
Iván Portela
Ayer fui a la casa del Poeta otra vez. Han pasado varios meses desde la última visita pero, extrañamente, el tiempo parece distorcionarse dentro del pequeño departamento en el cuarto piso, rodeado de hojas amarillentas, sin publicar, y lamentando su juventud perdida. Me pregunto qué es lo que me atrae hacia allí, como una oveja errante vagando hacia la guarida del lobo.
No fui para caer en la misma costumbre de epítetos abusivos y debate político, ni para reírme de lo absurdo de nuestras pláticas prolongadas, llenas de palabras fantásticas y últimamente inútiles. No quise dejar que me llegara de nuevo, como la última vez cuando salí corriendo del edificio, sollozando y furiosa, y me perdí en el bosque. Sin embargo, logró insinuarse debajo de mi piel y sacarme de quicio, provocar un desasosiego sin definición, sin los millones de palabras con las cuales jugamos como gatos inquietos, para nombrarlo.
Y no es que el departamento en si no sea acogedor, es decir, los objetos que allí habitan no se prestan necesariamente a amenazar, sino junto con su presencia, sus ojos salvajes, la sangre subiendo en la discusión encendida, los muros de tomos parecen ser inminentes, se imponen y me hacen sentir toda la niña que soy.
Regresé después de un ataque de morbo. Pierdo un poco de vida cada vez, pero como un cordero marcha al sacrificio voy, corazón palpitando en el pecho mientras me arrimo hacia el precipicio - tentándome a volar, a tirarme al abandono total, a los lobos salvajes que están abajo esperando devorarme, despedazarme. Regresé y fue un encuentro que, como los demás, me dejó conmocionada y turbada. El Poeta se está volviendo belicoso a la vejez, y agarra conmigo, con sus palabras. Sólo palabras pero °oh! como arden, como ácido hidroclórico echado en mi cara, hermosa y vanidosa según me dice siempre. ¿Y por qué no? Pero esta vez, esta vez todo fue diferente.
Veo el humo filtrarse en curvas serpentinas, el olor a copal, oscuro, siniestro, escapa de la esfera de basalto tallado en bandas gruesas. Veo el humo entretejerse como sogas trensadas que desvanecen en la nada ante mí. No lo veo a él. No quiero ver su rostro, su bigote en una contorsión de regocijo mientras yo me retuerzo de incomodidad.
El Poeta es un mentiroso y me enfurece eso. Inventa historias, personas, lugares, eventos. Se coloca en el centro de un círculo de literatos y dramatis personae los cuales lo veneran, intrigados por sus palabras, justo como yo estoy, inexplicablemente, atrapada en absorta atención con sus falsos cuentos. Todo es una mentira. él esta solitario y recrea historia para llenar sus días. Yo se lo digo y palidece de rabia. No sé por qué vine; ahora intento irme. Una taza de cafe estalla en el piso y se rompe en pedazos. Se desparraman por todos lados y me arranco el brazo de su agarre. Nos miramos con furia. °¡Yo no voy a volver! él se extiende la mano para acariciarme la mejilla. Estremezco, como si fuera un puño alzado en vez de una palma abierta, y le doy la espalda, echando mi mirada hacia la ventana. ¿Cómo debe ser vivir en esta isla de exilio? Parece que la calle está a un millón de kilómetros más abajo, y siento que los muros se me están encerrando. Hago un paso hacia la orilla. Él se acerca. No quiero convertirme en lo que es él: un ermitaño, refugiado en su casa en las nubes, lejos de la realidad.
Me escapo por la puerta antes de que él pueda envolverme en una de sus múltiples vidas. Empiezan a perder su sentido. Él no se acuerda si son sus palabras, o las de otros, si son experiencias vividas por él o de otros, o poemas que ha escrito. Se convierten en un largo hilo de fábulas con la misma terminación. Él. Y se me ocurre que yo soy uno de sus personajes, surgido de una novela que está en obras desde hace años, y que hace falta editar. Salí de las páginas y tengo que regresar para que él perfeccione mi imagen.
No quiero ser hijo del Poeta. No permitiré que me reconfigure a su antojo. Tomo un paso más allá del borde del balcón, y caigo. Mientras caigo, me siento ligera, como el humo emanando de la boca avariciosa del departamento. Llamas envuelven la casa del Poeta y lo veo viéndome caer, cayendo...
Yo soy el Poeta. Me hace enfadar con sus mentiras. Él es solitario y lo aborrezco. Se olvida de mi nombre. No he vuelto a visitarlo desde entonces. Me pregunto si habrá sobrevivido la caída. No volte para averiguar nada, de hecho, no puedo asegurar que yo sobreviví el incendio. Camino por la ciudad entre millones y nadie me mira a los ojos, nadie me habla nunca. El Poeta fue mi único amigo. Me contaba cuentos y hablábamos durante horas acerca de todo y nada a la vez. Ahora no queda mas que un vacío, silencio, quietud. Nadie me vio salir aquel día. Todos huyeron de la hoguera como ratas. No quedó nada de los libros, de los manuscritos inacabados, de los numerosos poemas. Todos se esfumaron junto con las mentiras.
No he vuelto al lugar donde vivía el Poeta. Me entristece pensar que ya no tengo con quién discutir. No tengo excusa por mi indignación, sin embargo, perdura.
Ahora comprendo que todos son mentirosos. Todos somos mentirosos. No hay más verdad en el mundo, sólo palabras vacías y páginas en blanco para llenar con más mentiras.
--- Ilana Dann
Octubre 1998, Mexico, D.F.
Canto VII - Cantos Ivánicos
Iván Portela
Ayer fui a la casa del Poeta otra vez. Han pasado varios meses desde la última visita pero, extrañamente, el tiempo parece distorcionarse dentro del pequeño departamento en el cuarto piso, rodeado de hojas amarillentas, sin publicar, y lamentando su juventud perdida. Me pregunto qué es lo que me atrae hacia allí, como una oveja errante vagando hacia la guarida del lobo.
No fui para caer en la misma costumbre de epítetos abusivos y debate político, ni para reírme de lo absurdo de nuestras pláticas prolongadas, llenas de palabras fantásticas y últimamente inútiles. No quise dejar que me llegara de nuevo, como la última vez cuando salí corriendo del edificio, sollozando y furiosa, y me perdí en el bosque. Sin embargo, logró insinuarse debajo de mi piel y sacarme de quicio, provocar un desasosiego sin definición, sin los millones de palabras con las cuales jugamos como gatos inquietos, para nombrarlo.
Y no es que el departamento en si no sea acogedor, es decir, los objetos que allí habitan no se prestan necesariamente a amenazar, sino junto con su presencia, sus ojos salvajes, la sangre subiendo en la discusión encendida, los muros de tomos parecen ser inminentes, se imponen y me hacen sentir toda la niña que soy.
Regresé después de un ataque de morbo. Pierdo un poco de vida cada vez, pero como un cordero marcha al sacrificio voy, corazón palpitando en el pecho mientras me arrimo hacia el precipicio - tentándome a volar, a tirarme al abandono total, a los lobos salvajes que están abajo esperando devorarme, despedazarme. Regresé y fue un encuentro que, como los demás, me dejó conmocionada y turbada. El Poeta se está volviendo belicoso a la vejez, y agarra conmigo, con sus palabras. Sólo palabras pero °oh! como arden, como ácido hidroclórico echado en mi cara, hermosa y vanidosa según me dice siempre. ¿Y por qué no? Pero esta vez, esta vez todo fue diferente.
Veo el humo filtrarse en curvas serpentinas, el olor a copal, oscuro, siniestro, escapa de la esfera de basalto tallado en bandas gruesas. Veo el humo entretejerse como sogas trensadas que desvanecen en la nada ante mí. No lo veo a él. No quiero ver su rostro, su bigote en una contorsión de regocijo mientras yo me retuerzo de incomodidad.
El Poeta es un mentiroso y me enfurece eso. Inventa historias, personas, lugares, eventos. Se coloca en el centro de un círculo de literatos y dramatis personae los cuales lo veneran, intrigados por sus palabras, justo como yo estoy, inexplicablemente, atrapada en absorta atención con sus falsos cuentos. Todo es una mentira. él esta solitario y recrea historia para llenar sus días. Yo se lo digo y palidece de rabia. No sé por qué vine; ahora intento irme. Una taza de cafe estalla en el piso y se rompe en pedazos. Se desparraman por todos lados y me arranco el brazo de su agarre. Nos miramos con furia. °¡Yo no voy a volver! él se extiende la mano para acariciarme la mejilla. Estremezco, como si fuera un puño alzado en vez de una palma abierta, y le doy la espalda, echando mi mirada hacia la ventana. ¿Cómo debe ser vivir en esta isla de exilio? Parece que la calle está a un millón de kilómetros más abajo, y siento que los muros se me están encerrando. Hago un paso hacia la orilla. Él se acerca. No quiero convertirme en lo que es él: un ermitaño, refugiado en su casa en las nubes, lejos de la realidad.
Me escapo por la puerta antes de que él pueda envolverme en una de sus múltiples vidas. Empiezan a perder su sentido. Él no se acuerda si son sus palabras, o las de otros, si son experiencias vividas por él o de otros, o poemas que ha escrito. Se convierten en un largo hilo de fábulas con la misma terminación. Él. Y se me ocurre que yo soy uno de sus personajes, surgido de una novela que está en obras desde hace años, y que hace falta editar. Salí de las páginas y tengo que regresar para que él perfeccione mi imagen.
No quiero ser hijo del Poeta. No permitiré que me reconfigure a su antojo. Tomo un paso más allá del borde del balcón, y caigo. Mientras caigo, me siento ligera, como el humo emanando de la boca avariciosa del departamento. Llamas envuelven la casa del Poeta y lo veo viéndome caer, cayendo...
Yo soy el Poeta. Me hace enfadar con sus mentiras. Él es solitario y lo aborrezco. Se olvida de mi nombre. No he vuelto a visitarlo desde entonces. Me pregunto si habrá sobrevivido la caída. No volte para averiguar nada, de hecho, no puedo asegurar que yo sobreviví el incendio. Camino por la ciudad entre millones y nadie me mira a los ojos, nadie me habla nunca. El Poeta fue mi único amigo. Me contaba cuentos y hablábamos durante horas acerca de todo y nada a la vez. Ahora no queda mas que un vacío, silencio, quietud. Nadie me vio salir aquel día. Todos huyeron de la hoguera como ratas. No quedó nada de los libros, de los manuscritos inacabados, de los numerosos poemas. Todos se esfumaron junto con las mentiras.
No he vuelto al lugar donde vivía el Poeta. Me entristece pensar que ya no tengo con quién discutir. No tengo excusa por mi indignación, sin embargo, perdura.
Ahora comprendo que todos son mentirosos. Todos somos mentirosos. No hay más verdad en el mundo, sólo palabras vacías y páginas en blanco para llenar con más mentiras.
--- Ilana Dann
Octubre 1998, Mexico, D.F.
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