lunes, marzo 15, 2010

La carretera panamericana

Sucede que me pregunto, muchas veces, será, que me pregunto: en qué consiste el deseo, y en qué consiste el confort, en qué consiste el intelecto puro... y si la confluencia harmoniosa de estos impulsos o necesidades, al parecer contradictorios, es precisamente el equilibrio que una busca, a diario, a cada momento, y que al encontrarlo lo pierde, eternamente, como el vaivén del mar.

No lo sé... sólo sé que lo poco que sé vale muy poco en sí. Sino todo es el contexto.

¿Me explico? Mejor no... mejor hablo en vaguedades...

El volver a la música ha sido para mí una bendición, ha sido una manera de canalizar estos impulsos oscuros, darles riendas, sentirlos expandir, como nubosidades tormentosas cuyo propósito es llover. Y precisamente... el estar rodeada de personas que, descubro, me quieren y a las cuales quiero, y sentir que son mis hermanos, mis amantes, mis hijos, mis padres, mis dobles... He aquí el lugar en el cual puedo ser yo, por unos momentos, sin pedir perdón. Sin intimidar. Sin ofender. De a ratos ínfimos...

Me siento un poco liberada, aun así. Disminuye mi eterna distancia, mi frialdad, mis ojos al horizonte ya no me duelen tanto como si las heridas no tuvieran final. Hay un bálsamo, un olvido que combate el (h)olvido mayor... Es diferente, ahora... y dejo correr por mis venas, enredando mi cabello de león, el viento de la carretera panamericana, subiendo o bajando, da igual. Ese hilo conductor, ese amor, es una cuerda tan tenue, tan frágil... pero a la vez es una cinta expansiva, con lengua propia que serpentea por el mundo, uniendo a las almas en pena, náufragos de una flotilla desconocida, de una guerra sin nombre, de un lenguaje primordial. Somos todos huérfanos de nuestra música.

Eso creo.

Al menos por hoy.